Desde que era niña, Julie Lindahl sentía que su familia guardaba un oscuro secreto, pero no tenía idea de qué se trataba.
Sin embargo, las últimas palabras de su padre confirmaron que necesitaba respuestas.
Y así fue como inició una búsqueda de siete años que reveló el pasado nazi de su abuelo.
En una entrevista con la periodista Andrea Kennedy del programa de radio Outlook de la BBC, cuenta cómo este descubrimiento desencadenó un viaje transformador en busca de las víctimas de las atrocidades de su abuelo.
Julie Lindahl nació en Río de Janeiro a fines de la década de 1960. Las fotografías del álbum familiar muestran a una chica rubia disfrutando de las playas brasileñas.
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Hija de madre alemana y padre estadounidense, se crió en diez países diferentes y sus raíces terminaron convirtiéndose en un tema central en su vida.
Cuando nació, sus abuelos maternos, que eran alemanes, también vivían en Brasil. Y desarrolló una relación muy cercana con su abuela.
«Era una persona fascinante que vivió hasta los 103 años, nació antes del estallido de la Primera Guerra Mundial. Y se formó con la experiencia de esa guerra. Compartimos varios intereses, el amor por la naturaleza, por la literatura, por la buena música«, señala.
Pero había ciertos aspectos en ella que la hacían sentir muy incómoda.
«Ella tenía opiniones sobre algunas personas, sobre ciertos grupos de personas, que eran muy perturbadoras. Y eso fue difícil. Quería recibir su cariño, ya que éramos muy unidas, pero al mismo tiempo, tuve que escuchar comentarios racistas muy incómodos«, señala.
Julie vio a su abuelo por última vez a la edad de tres años, cuando su familia se fue de Brasil. La foto de arriba, en la que aparece sosteniendo una cuchara, es la única que tiene a su lado.
Falleció cuando ella tenía nueve años. Pero dejó una marca.
«Sabía muy poco de él y traté de evitar ese tema porque mencionar a mi abuelo despertaba mucha emoción, una emoción negativa, conflicto y rabia en la familia, en mi madre y en sus hermanos, también en mi abuela».
Silencio incómodo
La verdad es que la casa familiar estaba llena de cosas que no se decían. Había algo tácito en el aire y Julie y su hermana lo habían sentido desde que eran pequeñas.
«Mis relaciones familiares estaban siendo asfixiadas por algo sobre lo que no sabía lo suficiente. Había ira e indignación a mi alrededor. Y un niño asume que ha hecho algo mal cuando los adultos son infelices. El niño piensa: hice algo impronunciable», dice.
Señala que terminó cultivando un sentimiento de vergüenza muy fuerte, que tuvo consecuencias para su salud física y mental.
«Tuve anorexia, dejé de comer durante muchos años. Era una especie de autocastigo por la vergüenza», revela.
Rescatando el pasado
Cuando Julie se convirtió en madre, comenzó a cuestionar el silencio que rodeaba la historia familiar. Y la promesa que le hizo a su padre, en su lecho de muerte, jugó un papel decisivo en este proceso:
«Mi padre me pidió: ‘cuida a mis nietos'».
«Y pensé: para hacer esto bien, voy a tener que mirar al pasado, porque siento que hay algo en mí que realmente puede herir a mis hijos, sentimientos de vergüenza que pueden herirlos», explica.
Entonces, Julie decidió enfrentarse al pasado, fuera lo que fuera.
Ella sabía que la principal fuente de conflicto en la familia giraba en torno al nombre de su abuelo, y que él y su abuela habían vivido en Polonia, territorio ocupado por la Alemania nazi, durante la Segunda Guerra Mundial.
«Me perturbó mucho el recuerdo de ciertas conversaciones que había tenido con mi abuela, en las que intentaba convencerme de que el Holocausto no había sucedido, por ejemplo. Intentaba convencerme de que era una conspiración de los medios mundiales para menospreciar a Alemania», recuerda.
La abuela sería entonces el punto de partida de su búsqueda. Y un día, mientras hablaba de la «maravillosa vida que tenían en Polonia», Julie la interrumpió y fue directo al grano:
«Pregunté directamente si mi abuelo había sido parte de las SS (la tropa de élite del Partido Nazi). Y ella respondió: ‘Por supuesto que no, qué idea tan absurda'», comenta.
La verdad sobre los abuelos
Pero Julie no quedó satisfecha. Comenzó a estudiar la historia del Tercer Reich y las relaciones entre Polonia y Alemania. Y en 2010 visitó los Archivos Federales de Alemania en Berlín.
«Encontrar algo en los archivos era como encontrar una aguja en el pajar. Los nazis eran muy buenos destruyendo sus propios documentos y los aliados eran muy buenos bombardeando lugares donde estaban los documentos», explica.
Pero, para su sorpresa, encontró 100 páginas de documentación sobre su abuelo. El contenido era escalofriante.
Los documentos mostraban que él había sido uno de los primeros entusiastas del Partido Nazi: se había unido a él en 1931, incluso antes de que Adolf Hitler tomara el poder en Alemania. Y lo catalogaban como un miembro leal y fanático de las SS, la élite de la organización paramilitar nazi, conocida por su brutalidad.
Por si todo esto no fuera suficiente, los archivos revelaron algo aún más oscuro de lo que Julie jamás podría imaginar:
«Lo más impactante de todo, lo que realmente no esperaba encontrar, porque no había preguntado por mi abuela, eran documentos escritos a mano por ella, lo que reconocí por las innumerables cartas y tarjetas de cumpleaños que me envió a lo largo de los años. Reconocer (su letra) fue profundamente impactante y triste», dice.
Encuentro con las víctimas
Dos años más tarde, Julie visitó el Instituto Nacional de la Memoria en Pozna, Polonia, donde encontró testimonios, recopilados en 1946, sobre las atrocidades cometidas por su abuelo.
Durante la Segunda Guerra Mundial, él había supervisado propiedades rurales ocupadas por los alemanes en Polonia, fue responsable de trabajos forzados y torturas, y fue cómplice en la asesinato de parte de la población local.
«Los documentos contenían principalmente testimonios de personas que habían vivido en las propiedades que él administraba. Algunos informes eran muy, muy específicos… como (relatos sobre mi abuelo) golpeando a la gente hasta dejarla inconsciente».
Con la ayuda de Robert, un joven archivero e historiador polaco, fue a buscar familias en las zonas rurales de Polonia que habían sido víctimas de su abuelo.
«En los documentos había apellidos y nombres completos de las personas que testificaron, así como los nombres de las víctimas», señala.
«Robert corría en medio del campo, detenía los tractores de los agricultores y les mostraba los documentos, preguntando: ‘¿Sabe dónde vive esta y aquella familia?'», recuerda.
Para su sorpresa, la estrategia funcionó y pudieron ubicar a algunas familias.
«La primera familia que conocimos era en realidad una pareja y, cuando tenía unos 20 años, el hombre había vivido allí cuando mi abuelo administraba esa propiedad. Se sentó allí, mirándome, enojado», relata.
«Me explicó algunas cosas que eran muy tristes de escuchar, ya sabes, que su familia había sido torturada… Yo no hice las cosas que lo lastimaron y que probablemente destruyeron su vida… Pero puedo mostrar compasión», dice conmovida.
Al final de la conversación, Julie dice que estrechó la mano del hombre y le agradeció su relato, mientras él parecía desconcertado por la actitud de ella.
El segundo encuentro, esta vez con un hombre de 90 años que padecía demencia, fue más perturbador.
Mientras Robert hacía las preguntas, el anciano parecía distante, dando respuestas confusas, hasta que algo en la conversación lo despertó:
«Cuando Robert comenzó a decir el apellido de mi abuelo, de repente el hombre entró como en un túnel del tiempo que lo transportó hasta el pasado. Estaba reviviendo un momento que claramente fue muy aterrador, diciendo algo sobre ‘gente parada contra una pared para recibir un disparo'», indica.
«Le dije a Robert: ‘Tenemos que detener esta entrevista ahora, porque este hombre está muy angustiado y eso no es justo, está mal'», recuerda.
Entonces se interrumpió la conversación y el anciano se calmó.
Después de ese episodio, Julie estaba decidida a detener su búsqueda, pero Robert la convenció de continuar: había otra familia esperándola.
Esta vez, se encontró con un hombre que había vivido de niño la ocupación de Polonia y que estaba dispuesto a contar todo lo que había visto y sufrido.
«Él era un niño de 10 años en ese momento y sus padres y familiares trabajaban en las propiedades (administradas por el abuelo). Nos contó historias de personas que fueron golpeadas hasta que perdían el conocimiento, que fueron maltratadas severamente, él mismo también había sido muy maltratado», agrega.
Julie afirma que no comenzó este viaje en busca del perdón, pero a medida que avanzaba su búsqueda, «un sentimiento muy fuerte, un deseo de pedir perdón, comenzó a aflorar».
Y cuando fue a despedirse de ese hombre que siendo un niño había presenciado las atrocidades de su abuelo, algo que él dijo provocó una transformación en ella:
«Cuando nos levantamos para despedirnos, pensé: me voy a arrodillar aquí mismo. Y él me abrazó de una manera, fue una cosa extraña, me tomó de los brazos, me miró a los ojos y me dijo: ‘no fue tu culpa, no hiciste nada’«, recuerda.
«Con ese simple gesto y esas palabras, ese hombre abrió el camino para una transformación: la culpa y la vergüenza se convirtieron en responsabilidad. A partir de ese momento, la vida fue diferente», dice.
La revelación de la abuela
Al año siguiente, Julie decidió abrirse con su abuela sobre lo que había descubierto sobre el pasado de la familia. Ella vivía en Alemania en ese momento y tenía 100 años.
«En algún lugar dentro de ella, yo creía fervientemente que había una persona que quería hablar, expresar su pesar y simplemente decir: ‘Lo que hicimos estuvo mal’. Hubiera sido suficiente».
Pero eso no es lo que pasó:
«En lugar de eso, se enderezó en su silla, me miró, retiró la mano (que sostenía la suya) y defendió todo lo que hicieron, todo lo que había hecho mi abuelo. Dijo que los (miembros de) las SS eran los hombres más hermosos que jamás habían pisado la Tierra».
«Fue uno de los peores momentos de mi vida. Porque me di cuenta de que la persona que amaba, a la que había conocido de toda la vida, de quien me sentía tan cerca, de hecho, yo no la conocía», cuenta.
La abuela de Julie murió en 2014, justo antes de cumplir 103 años.
La nieta pasó siete años investigando la historia de la familia y regresó a Brasil para buscar información sobre la vida de sus abuelos en ese país.
Julie cuenta su recorrido en el libro The Pendulum: A Granddaughter’s Search for Her Family’s Forbidden Nazi Past (El péndulo: la búsqueda de una nieta del pasado nazi prohibido de su familia), una historia que ella creía que tenía un deber de narrar.
Durante el lanzamiento del libro en Suecia, donde vive actualmente, dice que recibió una llamativa llamada telefónica de su hija que resume su búsqueda:
«Ella dijo: ‘Mamá, quiero decirte lo muy orgullosa que estoy de ti'», recuerda.
«Para mí, este fue un momento muy importante. Ese sentimiento de vergüenza había sido reemplazado por un sentimiento de orgullo por asumir responsabilidades. Eso era lo que estaba buscando», dice.
Julie actualmente dirige una organización sin fines de lucro llamada Stories for Society, cuyo objetivo es ayudar a los jóvenes a comprender mejor los problemas sociales a través de historias contadas en grupo.
Con información de BBC
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