
Inclusive en periodos supuestamente «favorecedores» de lo indígena, no se dejó de lado estas políticas unificadoras. Así, por ejemplo, durante los años dorados de las reformas agrarias latinoamericanas de los años sesenta del siglo pasado, los indígenas fueron tratados por la sociedad y por el Estado como «campesinos». Aún más, en muchos países latinoamericanos durante casi todo el siglo XX, el indigenismo oficial consistió en sostener que todos somos mexicanos, todos somos chilenos, todos somos bolivianos, ecuatorianos, guatemaltecos, peruanos, etcétera. Lo nacional cubrió lo étnico, el Estado nacional y sus fronteras territoriales borraron o dividieron a las diversas culturas indígenas al demarcarlas dentro de un espacio nacional.
En algunos casos se pensó que los indígenas habían desaparecido. En Chile, por tomar un caso, la opinión pública, incluso autoridades, pensaban que los indígenas no existían o eran un grupo en extinción.24 En muchos otros países latinoamericanos, los indígenas fueron víctimas del folklore y no pocas veces se les llegó a utilizar como iconos autóctonos en fotos y carteles para propaganda turística.
Diversos intelectuales proclives e identificados con el gran proyecto modernizador del desarrollo nacional latinoamericano, apelaron a diversos criterios para poder explicar el meollo de las políticas (excluyentes) de unidad nacional. Uno de ellos fue el enfoque evolucionista
[…] el cual definía los rasgos socio-culturales de los pueblos indígenas (sus costumbres, hábitos, ideas y formas propias de vida) como tradicionalistas y, al mismo tiempo, opuestos al progreso y a la civilización que representaba el México mestizo. Como solución, propusieron la incorporación de los indígenas a la civilización occidental mediante la transformación y disolución de sus sistemas socioculturales. Para arribar a la unidad nacional, en su opinión, había que construir una sociedad étnicamente homogénea. Esto implicaba la «mexicanización» del indígena; esto es, su integración a la comunidad mestiza. Andrés Molina Enríquez, Manuel Gamio, José Vasconcelos y Moisés Sáenz, sentaron las bases de una perspectiva que consideraba a la heterogeneidad étnica de la población mexicana como un obstáculo para la conformación plena de la nación. Para estos intelectuales, la heterogeneidad étnica debía eliminarse por medio de la integración gradual de los grupos indígenas a la nacionalidad dominante (de la que aquellos formaban parte), acrecentando así su adhesión al Estado. Gamio y Vasconcelos se abocaron a la elaboración de las políticas estatales para fomentar la integración. Gamio, por ejemplo, desarrolló aspectos teóricos del indigenismo integrativo y las bases de un programa de acción de cuatro aspectos fundamentales: «equilibrar la situación económica, elevando la de las masas proletarias; intensificar el mestizaje, afín de consumarla homogeneización racial; sustituir las deficientes características culturales de esas masas, por las de la civilización moderna, utilizando, naturalmente aquellas que presenten valores positivos; unificar el idioma a quienes sólo hablan idiomas indígenas».25
En suma, «la integración de los indios a la cultura nacional, con lo que supuestamente se garantizaría su ingreso al progreso y a la civilización, implicaba su transformación y desaparición en tanto grupos diferenciados».26
Con información de scielo
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