Barroco
Siglo XVII
A comienzos del siglo XVII persisten las tendencias de la segunda escuela de Fontainebleau. El retorno de Simon Vouet, príncipe de la Academia de San Lucas de 1624 a 1627, en 1627 marca el comienzo de la recuperación de la pintura francesa. Este pintor es considerado el más propiamente barroco.
El naturalismo de origen caravaggesco queda representado en la obra de Valentin de Boulogne († 1634), el famoso tenebrista Georges de La Tour († 1652) que desarrolla su labor en la corte de Lorena y en las escenas campesinas pintadas a la manera de una escena de género por los hermanos Le Nain: Antoine, Louis y Matheo.
Los grandes maestros del clasicismo son Nicolas Poussin (1594-1665), pintor de temas mitológicos e históricos, y Claude Lorrain (1600-1682), destacado paisajista que influyó en el romanticismo e incluso en los orígenes del impresionismo. Ambos residen en Roma, pero reciben continuos encargos para su país. Trabajan en el problema dominante de la expresión de la perspectiva atmosférica. Poussin desempeña un papel decisivo en la rápida perfección de la escuela francesa en su breve vuelta a París (1640-1642).
En la corte francesa de Luis XIII y Luis XIV se cultivó con profusión el retrato. Inició el género el flamenco Philippe de Champaigne (1602-74), con representaciones de los personajes cortesanos en todo su esplendor y que en sus retratos laicos alcanza una expresión más mundana; fue continuado por retratistas que alcanzan ya el siglo XVIII: Hyacinthe Rigaud (1659-1747) y Nicolas de Largillière (1656-1746), quienes restituyen al retrato su calidad plástica, pero con una búsqueda de suntuosidad y elocuencia que excluye la profundidad de análisis.
En la vida pictórica de este siglo destaca la creación de la Academia Real de Bellas Artes (1648), para superar la vieja corporación de pintores, como un gremio u oficio, propugnando en cambio que se contemple como un «arte liberal». Charles Le Brun fue el pintor académico por excelencia, pintor del rey desde 1664, que ejerce una auténtica tiranía artística. Le Brun alcanza el ideal del pintor gran señor y amigo del soberano. Junto a él cabe mencionar al retratista cortesano Pierre Mignard, que hace tender el retrato hacia una fórmula graciosa y vacía.
Antoine Coypel y Charles de la Fosse († 1716) son los últimos representantes de las tendencias barrocas de inspiración italiana.
Siglo XVIII
En este siglo predomina el rococó, unas pinturas llenas de viveza y encanto típicamente francés, con nombres como los de Watteau, Boucher o Fragonard.
A comienzos de siglo, continúa trabajando Hyacinthe Rigaud, cuyo Retrato de Luis XIV, conservado en el Museo del Louvre suele considerarse la imagen más representativa del Gran Siglo. Le Brun sigue marcando las tendencias desde la Academia, institución que goza de gran estabilidad. Aunque los jóvenes artistas siguen yendo a formarse a Roma, se produce un cierto desplazamiento, fijándose más en las obras que se realizan en Venecia.
Las formas del estilo clásico dan paso, en el reinado de Luis XV, al estilo rococó. Su representante más antiguo es Antoine Watteau (1684-1721), creador del género de las fêtes galantes («fiestas galantes»). François Boucher (1703-70) es el pintor de la sensualidad, de los desnudos femeninos. Finalmente, Jean-Honoré Fragonard (1732-1806) compagina la realización de escenas galantes y otras más sentimentales que preludian el romanticismo.
Este tono sentimental y algo lacrimoso se evidencia en la obra de Jean-Baptiste Greuze (1725-1815).
Continúa cultivándose el retrato palaciego, poniéndose de moda la técnica del pastel. Nattier († 1766) es el pintor de las damas de la nobleza, con colores claros y representaciones alegóricas. Maurice Quentin de La Tour († 1788), es el más grande pastelista del siglo, con gran penetración psicológica. Finalmente, Jean Siméon Chardin (1699-1779) cultiva el bodegón, y escenas de inspiración neerlandesa.
Con información de Wikipedia
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